Más de doscientos días después del inicio de la guerra de Gaza, las autoridades de la Franja, controladas por Hamás, cifran en 34.388 las personas muertas y 77.437 las heridas por la ofensiva israelí, un balance que describe la magnitud y la crueldad de los ataques llevados a cabo por el Gobierno de Benjamin Netanyahu tras la agresión terrorista sufrida el 7 de octubre pasado. En este punto, y cuando Israel parece estar a punto de lanzar una ofensiva a gran escala en la ciudad de Rafah, en el sur de Gaza, último reducto donde se refugian en condiciones inhumanas cientos de miles de palestinos que han huido de los bombardeos, las intensas y dificultosas negociaciones propiciadas por la mediación de Egipto y Catar parecen apuntar –tímidamente aún– a un acuerdo para un alto el fuego a cambio de la liberación de rehenes que aún permanecen en manos de Hamás, casi siete meses después. Este posible acuerdo parece asentarse como lo poco a lo que se puede aspirar en la actual situación, lo cual no deja de ser preocupante. Máxime, cuando Israel ha advertido de que esta propuesta de tregua por rehenes es la “última oportunidad” antes de que el Ejército lleve a cabo la operación contra Rafah, cuya materialización, dados los antecedentes, amenaza con provocar una nueva matanza de civiles. La propuesta, que Hamás tiene “bajo estudio”, podría dar un respiro momentáneo a la población palestina refugiada, pero nada indica que pudiera suponer un cambio en las intenciones últimas de Israel. Esta actitud de intransigencia del gobierno judío y de brutalidad en sus ataques, unida a su desprecio por el derecho y la justicia internacionales que le siguen exigiendo que impida la comisión de un genocidio en Gaza, está elevando y generalizando las protestas contra esta ofensiva en todo el mundo. Más allá de las manifestaciones de protesta y de apoyo al pueblo palestino que se siguen produciendo, las universidades norteamericanas –donde el Gobierno de EEUU sigue mostrando su apoyo casi incondicional a Israel– están generando un movimiento, extendido ya a unos 60 centros, que incrementan la presión sobre Joe Biden. Una movilización –reprimida por la policía con más de 500 detenidos– que algunos medios ya comparan con la que tuvo lugar contra la guerra de Vietnam, lo que, 60 años después, resulta muy elocuente.