Ayer comenzó el Giro y cuando pienso en un Giro terminado en 4 claramente me viene a la memoria aquel de hace 30 años en el que el mundo descubrió a un sputnik ruso de efímera carrera que destronó a Indurain, Eugeny Berzin, pero en el que, sobre todo y por encima de todas las cosas, conocimos al que se iba a convertir en mejor escalador de su época y, por qué no, uno de los mejores de la historia: Marco Pantani. Aquel Giro de 1994 supuso el nacimiento del menudo corredor del Carrera, con dos victorias de etapa y un segundo puesto en la general por delante de Indurain, solo superado por el mencionado Berzin. Verle pedalear cuando se levantaba del sillín, con una ligereza solo comparable a la que una década antes exhibía Lucho Herrera en el Tour de Francia, era un espectáculo para la vista pocas veces observado antes. Pantani no se quedó en una promesa de un año, como Berzin, y trasladó su dominio en las cumbres italianas a las cumbres francesas, hasta que un poco aclarado caso de hematocrito por encima del 50% en el Giro de 1999 comenzó con su declive personal, deportivo y mediático, hasta su triste fallecimiento en 2004 por supuesta sobredosis de cocaína con tan solo 34 años. Viendo hace unos días el buen documental sobre otro que pagó con creces el precio del dopaje, Jan Ullrich, me sorprendía la honestidad con la que contaba su relación con los productos prohibidos y posteriormente con el alcohol y las drogas. Imagino que es un punto de sinceridad que solo se logra cuando se ha tocado fondo varias veces y se sabe que ocultar nada es mucho peor que contarlo, pero se agradece vistos los escasos ejemplos que encontramos por estos lares, donde casi se pueden contar con los dedos de una mano los deportistas que han admitido su relación con los productos prohibidos. Estamos en una gran época del ciclismo. Confiemos que nada la enturbie en unos años.